lunes, 6 de febrero de 2012

La Pastilla Rosa

Rafael despertó creyendo que, en ese instante, se había quedado dormido. Como en 
otras ocasiones, le entusiasmó la idea de ser consciente de que estaba soñando y sintió 
como si fuese un 
personaje de ficción de carne y hueso. Oyó el leve tic tac del reloj de mesa. Parecía haber abierto los ojos en un sábado de festejos, pero se concentró para convertirlo en domingo. Antes de 
preparar el café, fue al quiosco para comprar el periódico. Todas las noticias hablaban
 de un mundo en el que él no deseaba vivir. Supo que estaba despierto.

Motivado por esa experiencia, Rafael publicó La Pastilla Rosa; un “libro” de cuentos 
editado en formato periódico con el propósito de que el lector, al menos en un primer 
momento, leyese las historias cual si fueran sucesos de actualidad, introduciéndose así 
en un mundo ficticio, pegado a lo utópico, con la certeza de seguir respirando en esta
 realidad. Para evitarle distracciones, firmó con seudónimos las noticias, los 
artículos de opinión, los anuncios, cómics y todos los elementos que 
conformaron ese nuevo medio informativo... de una sola publicación:  el  número 777.
En una entrevista realizada en septiembre de 2012, Rafael hizo un reiterado hincapié 
en la importancia del formato, empleando distintas combinaciones de palabras para decir
 lo mismo: “Cuando 
uno lee un periódico, por más que la subjetividad rebose de las páginas, el suceso se
 asume como verídico. El pensar sobre lo que se está leyendo deja de ser un filosofar 
sobre supuestos y salta a un reflexionar sobre hechos concretos que afectan nuestro 
entorno, sea colectivo o
 individual”.



En esta insistencia sobre tal afirmación se basan los analistas para argumentar que la frase de Julio Verne (“Todo lo que un hombre pueda imaginar, otros podrán hacerlo realidad”), que empleó en el acertijo de la página 21, revela su verdadero anhelo. La prioridad de Rafael no fue crear una obra literaria peculiar, sino dar con el medio para sembrar futuras noticias. Estoy de acuerdo con ellos. En un correo electrónico que me envió hace nueve años, a inicios de 2010, cuando La Pastilla Rosa sólo era una idea con textos desordenados,  me habló sobre su motivación de fondo, detrás de las letras, delante de sus ganas: “al contrastar la información o al llegar a la sección literaria del periódico, donde se desvela que lo que se tiene en las manos es un libro de cuentos, el Lector que busco habrá saboreado ya una realidad más amplia. También es probable que, desde un primer momento, dude sobre la fiabilidad de las noticias, pero el dudar es suficiente para que él respire dentro de las historias durante un rato, lo suficiente, espero, para sembrarle un quizá si yo”.

Sus argumentos no me persuadieron. Confiaba en que la gente siguiera igual de indiferente. Sin embargo,  existen razones más convincentes, como  la curiosidad o la esperanza. Por eso me complació darle mis ahorros a Rafael para que publicase el “periódico” y dispusiera de un uniforme corporativo, con el que repartió 13 mil ejemplares por las calles de Madrid, voceando las noticias como se hacía en esos días en que la visión del futuro estaba mucho menos contaminada.

El cómo de lo que sucedió después ya lo conocemos todos. El Virus de la “muerte feliz” redujo la población mundial al 5%, las religiones se liberaron de los intereses terrenales de sus instituciones, la industria devastadora desapareció y también tuvieron efecto el resto de noticias que la gente continuó leyendo en el PDF del periódico-libro La Pastilla Rosa 

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